Ficción | A deshoras con Bill Murray
Abro los ojos y vuelvo a la planta treinta y siete del Millenium Broadway Hotel. Son las cuatro de la madrugada y ya hace rato que amaneció en España. Dirijo la vista hacia esa luz que invade las calles. Times Square advierte de la próxima pelea del siglo, el musical del Rey León o la última película de Disney. Todo se vende en Nueva York. Todo se puede comprar y decido que ha llegado el momento de intentarlo, de vender mi talento en ese otro lado salvaje de la vida.
Tres leves golpes en la puerta indican que ya está aquí. Sé que es algo tarde, pero ocasiones como estas no pueden dejarse escapar. Dos golpes más. Insiste. Abro y aparece con rostro serio, algo desaliñado y en claro acento mexicano un bedel del hotel. "El señor Murray le espera en Charlotte". Lo dejo todo patas arriba y bajo hacia el café del hall. Al cruzar la cristalera le veo al fondo. Me detengo, guardo las distancias y me viene a la mente la obra de Sofia Coppola, Lost in Traslation, que vi varias veces en el avión de ida. Quedo inmóvil hasta que me cercioro de que el cerebro no me vacila. Sigo adelante y veo a Bill levantar la vista para pedir otro bourbon con un solo hielo. "¿Qué toma usted?", me pregunta. Le respondo que whisky. -"¿Con hielo?"- Por favor.
Es tarde y el protagonista de Los fantasmas atacan al jefe no viene de casa. Tampoco es su primera copa. Ni la segunda. Presiento que la entrevista va a ser difícil y algo jugosa. "Dime, chico, ¿desde cuándo te dedicas a esto? Me han entrevistado muchas veces, pero nunca nadie decidió hacerlo de madrugada". Algo desconcertado, no quise que notara mis nervios. Por eso le eché la culpa al vuelo, la distancia y la oficina de extranjería, que me tuvo retenido en el JFK algunas horas antes de poder tomar el taxi hacia Broadway. No me dejó acabar. "¿Sobre qué vas a preguntarme? Te advierto que no voy a hablar nada acerca de la jodida secuela de los Cazafantasmas. Me niego. Se lo están cargando todo. Pero qué digo, si Hollywood cada día está peor. No puedo pedir más. El cine actual da asco. El de antes también, pero tenía jodidas excepciones". Se había soltado la melena y todavía no habíamos empezado.
A altas horas de la madrugada los tragos son más largos. Yo mantenía intacto mi vaso, no lo había estrenado. No quería adelantar acontecimientos y dejé a Murray ser él mismo. Continuamente miraba hacia la calle. Parecía tener el coche mal aparcado o estar esperando a alguien. Lo veía nervioso, incómodo, como si se sintiera observado. Realmente no había nadie más en Charlotte, por lo que le atribuí todo a su paranoia. Ningún otro actor hubiera encarnado mejor al doctor Peter Venkman. Era él, aunque en la realidad estoy seguro que tuvo que combatir con más fantasmas en su vida que en las dos partes de la exitosa saga de los ochenta. "Y dime, ¿cuándo empezamos?". Se impacientaba y temía que de un momento a otro pudiera levantarse de la mesa para no volver. -Ahora mismo, señor-. No quería perder el hilo y por eso le disparé a bocajarro:
-Señor Murray, ¿ha decidido dejar Hollywood o seguirá haciendo sus películas?
-¿Películas? ¿Quién quiere películas? Yo hago vida. Vivo dentro de ellas, las siento, pasan por encima de mí y sufro para que al final la pantalla me termine jugando malas pasadas. Cada papel es una parte de mí que se va; un rasgo de personalidad que me marca y un amor que huye con los créditos del final. ¿Te he dicho que me enamoré de Scarlett en Tokio? Seguro que ella también de mí, aunque nunca lo quiso admitir.
-Espera ya los créditos de su última aparición o seguirá filmando?
-Para. Para. ¡Para! Chico, ¿qué te dieron en el vuelo? Te puedo asegurar que no soy yo el que traduce mis papeles. Es la empresa o quien demonios se encargue de eso. ¿Has visto Atrapado en el tiempo en el avión. ¿Es eso? ¡Claro! Debe de ser eso. No creas que me siento muy bien viéndome en el bucle interminable del día de la marmota, pero ¡joder! ¡No era tan mala!
-No, señor...
-¡Andie estuvo peor que yo! Y te aseguro que terminó el rodaje haciéndome ojitos. O al menos eso creo. ¡Son todos iguales! ¡Todos! ¿Sabes que no me llamaron para preguntarme si tenía algo que aportar en Cazafantasmas 3? ¡Soy el maldito Doctor Venkman! ¿Mujeres cazando fantasmas? Es poco creíble, cierto. Pero estoy seguro que podría haber aportado mucho más que esa panda a la que ahora también llaman Cazafantasmas.
-Pero usted intervino en ella.
-Claro, ¿o crees que podían dejarme fuera? ¡Esos inútiles quisieron dejarme sin mi película! Al final entré. Una jodida mierda. Pero tenía que estar ahí aunque fuera vendiendo perritos calientes.
(Le había dolido ver pasar autobuses con la marca de 'su' película y no estar en los carteles. Estoy seguro. Por eso quise salir del tema de manera definitiva.)
-Señor Murray.
-Llámame Bill. Puedes llamarme Bill. Ya todos me han perdido el respeto. No me importa que España me llame Bill. Me gusta España. ¿Se hace cine allí?
-Lo que se puede.
-Seguro que se hace buen cine en España. Aunque Antonio Banderas me cae gordo. Y Penélope también.
-Bill, ¿a qué papel tuvo que decir no?
-Cada día digo no a un papel. O a dos. ¡Cada día rompo varios guiones¡ Son basura. Hay mucha basura rodando por ahí y llega a nuestras manos. Pero claro, no podemos pedir más de lo que hemos merecido a lo largo de lo años. ¿Y sabes quién tiene la culpa de todo esto? La gente que paga la entrada y consume cine como hamburguesas; quieren todo hecho, no pensar y ver películas que impliquen poco a sus cerebros. No quieren hablar ni comentar nada al salir del cine. Eligen un Big mac, un cuarto de libra con queso y se sientan con su cubo de palomitas. Tragan cine y comentan el sabor a mantequilla de las malditas palomitas. De la película no hablan, ni de la música, ni de los actores.
-Hacer una película implica una decisión, Bill. Hay que decidir hacer cine malo o cine bueno.
-¿Y qué es para ti cine malo o bueno, chico? Yo no hablé de cine malo, hablé de guiones que son basura. Ahí empieza todo. Hacer cine implica una mala decisión, o buena. Puedes llegar a Connecticut en un Lincoln o en camioneta, pero si los viajeros son basura, dará igual el automóvil. El viaje será desastroso. En el cine pasa algo parecido. Yo hice muchos viajes en camioneta, fueron maravillosos.
-¿En qué papel de cuantos hizo había menos de Bill Murray?
-¡Argh! (Arruga la cara al tomar un largo sorbo de bourbon; grita, tose). Me relajé mucho con Sofía (Coppola). Bob Harris era demasiado tierno, enamoradizo. ¡Yo no me enamoro nunca! Al menos dejé de hacerlo hace tiempo. Ella (Scarlett) sí que me echó de menos al terminar el rodaje. Me lo dijo. ¡En serio! ¡¿Por qué me miras así?! (Vuelve a beber) ¡Barman!, ¡barman!. ¡Bourbon!
-¿Suele beber así?
-¿Me lo preguntas como periodista o es simple curiosidad?
-Curiosidad.
-Vale. No. ¡Vale!. No. A veces bebo mucho más. Es lo que le queda a un actor como yo después de mi carrera. ¿Te he dicho que comencé en la radio? Otro mal proyecto. Apenas duré un mes. Lo mío era vivir el cine, interpretar. Soy el perfecto protagonista. Pero hay quien no lo ve así. Ya ni siquiera me llaman doctor Venkman por la calle. Antes los niños no me dejaban andar por Nueva York. Ya no saben quién soy. (Hace una pausa y pierde la mirada). Es el precio más caro que tuve que pagar. El olvido.
-¿Olvido? Si usted sigue haciendo películas...
-Sin la fuerza que tuve. Estoy agotado. Perdí las ganas. Debe de ser por esto (señala su copa). Quiero dejarlo de una vez. Cuando estoy a punto de enviar mi carta de renuncia al New York Times, algo me dice: 'Bill, joder; no sabes hacer otra maldita cosa en esta vida. ¿Vas a dejar de hacer lo único que sabes?' Nunca termino de despedirme. Debe ser que he de morir en pleno rodaje.
(Sus ojos le delataron. Dejaron de reflejar al Bill Murray excéntrico que todos conocemos. Fue entonces cuando entró a escena la persona detrás de la coraza. Ese hombre que necesita el afecto de los demás y que ya se ha cansado de vivir bajo esa falsa sonrisa que todos reclaman. Porque al igual que el mundo, él llega a casa, cuelga la gabardina y se tira en el sofá a esperar. Necesita, al fin y al cabo, el afecto y la compañía que dé alma a una habitación vacía. Está solo, rodeado de gente y es pobre, mucho, porque sólo tiene dinero).
-Señor, ¿cree que la industria del cine le debe disculpas?
-No. No las necesito. ¿Y quién sí? Las películas son fachada. Pero nosotros vivimos atrás, en el callejon donde se amontona basura y todos se olvidan de todos. Aunque Hollywood sabe perfectamente quién está ahí. He visto tantos cadáveres de actores como cigarrillos. Se consumen tan rápido como cigarrillos. Llega el estreno y ¡zas!, has muerto. Después hay quien te resucita o quien no lo hace. (Hace una pausa). Son jodidos cementerios.
-¿Y premio? ¿Le debe alguno?
-¿Lo dices por mi nominación al Óscar?
-No. Es por hablar de algo.
Sé que es por mi nominación. Y sí. Lost in traslation me dejó sin Óscar y con el corazón destrozado. ¿Te he dicho que casi me enamoro de Scarlett? Éramos tan jóvenes.
-El pianista también era una gran película...
-¡Qué tiene que ver la película! ¡Adrien Brody fue el mejor jodido actor de la película! Yo estuve nominado por ser el mejor actor de cuantas películas eligieron y Hollywood se quedó con él por ser el pianista. Yo era Bob Harrys, un desconocido que mereció subir ese día a por ese premio. Era mi trabajo. Adrien se aprovechó de la película.
-Entonces Hollywood le debe un Óscar...
-Claro que no. Mira, chico, no quiero subir al teatro Kodak hecho un carcamal a recoger una estatuilla vacía, sin película. No quiero un premio por pasar de los ochenta. Ya tuvieron tiempo para hacerlo. Ahora no. Claro que no. No soy el jodido Kirk Douglas que subió arrastrándose para no morirse sin el Óscar. Lo siento. No.
(Tras coincidir en el trago largo a la copa, el señor Murray fijó su mirada en el reloj tras la barra).
-Y dime. ¿cuándo comienzan las preguntas?
-Por hoy, es suficiente.
-¿Ya? Si no hemos hablado de la patética nueva Cazafantasmas. ¿No me preguntas sobre eso?
-Me dijo usted, señor, que se negaba a hablar de ese asunto.
-Es cierto. Tienes razón. ¡Pero pregúntame sobre mujeres! Sobre el presidente Trump! Venga, date el gusto.
-Es hora de que vuelva a mi habitación, señor. Y usted debiera de volver a casa. Ha bebido demasiado.
-Bla, bla. Todos dicen demasiado como si el bourbon fuera el problema.
-Gracias por todo. Ha sido un placer.
Mientras me marchaba, todavía alcanzaba a oír sus palabras, siempre malsonantes, acerca de todo lo que le rodeaba. Nada quedaba a su gusto y volvía a ser ese Bill Murray que se ponía la coraza para volver a su cruda realidad. Hubo que ahondar en ese hielo de su pecho para ablandar sus palabras. Para conocer la verdad y parte del camino hasta este fin. Ciertamente, no me sorprendió en lo absoluto. ¿Y quién no ha tenido alguna vez un mal día?
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Entrevista de ficción al actor Bill Murray.
Ningún dato es real y cada respuesta es totalmente ficticia.